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lunes, 10 de marzo de 2008

Poesía árabe tras la conquista cristiana

Algún tiempo después de la conquista de Barbastro (1064), un comerciante judío se dirigió a esta ciudad a fin de rescatar a las hijas de un poderoso musulmán, cautivas en poder de un conde francés de los conquistadores. Llegado a Barbastro, se hizo anunciar al caballero francés, que recibió al comerciante revestido con galas preciosas, sentado sobre un rico diván. Cerca del conde se encontraban varias hermosas muchachas, que tenían los cabellos muy cortos y que le servían. Dándole la bienvenida, le preguntó el objeto de su visita. El mercader le informó que tenía la autorización de pagar una suma considerable por el rescate de algunas de las muchachas que se encontraban allí, pero el conde, después de rechazar la propuesta, hizo sacar a una de las cautivas montones de telas de seda y de brocados preciosos, oro, plata y alhajas sin cuento, y dijo: -Aunque no tuviese nada de esto y me ofrecieses mucho más, no te las cedería, pues esta que ves aquí es mi predilecta, y aquella otra, de extraordinaria belleza, es una incomparable cantora. Después, chapurreando el árabe, mandó a la cautiva que cantase. La morita, al templar el laúd, no pudo contener una lágrima, que el cristiano enjugó cariñosamente; luego comenzó a cantar versos en árabe, mientras el conde escuchaba, haciendo sorprendentemente gestos de complacencia y embeleso, como si entendiese el aire de aquella canción. Acabado el canto, el cristiano despidió al judío, encareciendo de nuevo el placer que recibía de las cautivas, muy preferibles a todas las riquezas que su padre ofrecía para redimirlas.


(...) El que los francos, o los cristianos del norte de España, pudiesen apreciar el canto y el arte de las jóvenes esclavas andalusíes se encuentra, pues, atestiguado ... de hecho, sabemos de personajes francos que conocieron el árabe. En razón de unos versos en árabe de Guillermo de Aquitania, Lévi-Provençal cree que el trovador occitano hubo de conocer el árabe, o, en otro caso, el caballero normando Hugo Bunel, que vivió desterrado, durante veinte años, entre los sarracenos, estudiando sus costumbres y su lengua, pudo prestar valiosos servicios en la primera Cruzada. También es sabido que el rey Balduino I (muerto en 1118), hijo de Eustaquio II de Bolonia, vestía como un oriental, y, en sus costumbres, ceremonias y boato semejaba un monarca musulmán, conocía el árabe y gustaba de su literatura.




Álvaro Galmés de Fuentes, La épica románica y la tradición árabe, Madrid, Gredos, 2002, pp. 101-102.

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