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lunes, 18 de mayo de 2009

El jardín maravilloso. Nuevo cuento kazajo.



Hace algún tiempo vivían dos amigos pobres que se llamaban Asan y Hasan. Asan labraba un pedazo de tierra, mientras que Hasan pastoreaba con su pequeño rebaño, y de esta manera se ganaban ambos la vida. Los dos amigos eran viudos, pero Asan tenía una bonita hija muy cariñosa que era su consuelo, mientas que Hasan tenía un hijo muy fuerte y obediente, su esperanza.
Una primavera, cuando Asan se preparaba para salir hacia sus arados, a Hasan le alcanzó una tremenda desgracia: algo espantoso arrasó la estepa, y todos los carneros del pobre Hasan se abrasaron.
Bañado en lágrimas, se apoyó en el hombro de su hijo, se acercó a su amigo y le dijo:
- Asan, he venido a despedirme de tí. Mi rebaño a muerto, y sin él, yo también moriré sin remedio.
Escuchando las palabras de su amigo, Asan también se puso a llorar, y acercándose a su amigo dijo:
- Amigo mío, a tí te pertenece la mitad de mi corazón. No te niegues, coje la mitad de mi arado. Consuélate, toma una pala y cantando ponte a trabajar.
Y así fue como Hasan se convirtió en agricultor.
Pasaron los días, los meses, los años. Un día, Hasan estaba labrando y de repente escuchó un ruido extraño, su pala había topado con algo. Empezó a cavar apresuradamente la tierra en ese mismo lugar, y ante sus ojos apareció un antiguo tesoro lleno de monedas de oro.
Sin poder contener su alegría, Hasan cogió el tesoro y lo arrojó precipitadamente sobre las tierras de su amigo.


- ¡Alégrate, Asan! – gritó corriendo, - ¡Alégrate, la felicidad te ha alcanzado! He desenterrado un tesoro lleno de oro en tus tierras. ¡Ya te has salvado de la pobreza!
Asan le recibió con una amable sonrisa y le contestó:
- Conozco tu generosidad, Hasan, pero éste es tu oro, y no el mío. Tú eres en realidad el que ha encontrado el tesoro en la tierra.
- Yo conozco tu magnanimidad, Asan, - objetó Hasan, - pero, regalándome tu tierra, no me diste el derecho a poseer lo que en ella se esconde.
- ¡Estimado amigo!, - dijo Asan, - todas las riquezas de la tierra deben pertenecer a quien la riega.
Discutieron durante largo tiempo. Finalmente, Asan dijo:
- ¡Pongamos fin a esto, Hasan! Tú tienes un hijo en edad de casarse, y yo tengo una hija en las mismas circunstancias. Ellos se aman desde hace mucho tiempo. Vamos a casarlos y les damos a ellos el oro. ¡Que nuestros hijos no conozcan la pobreza!


Cuando los amigos se pusieron de acuerdo, de poco no se murieron de alegría. En ese mismo día se celebró el feliz enlace. El muchacho y la joven se instalaron en la pobre chabola de Hasan, y éste se trasladó a casa de Asan.
Al día siguiente, tan pronto como empezó a clarear, los jóvenes aparecieron en la casa de sus padres. Sus caras no escondían la preocupación, y en sus manos traían el tesoro.
- ¿Qué ha ocurrido, hijos? – preguntaron alarmados Hasan y Asan. ¿Qué desgracia os ha alcanzado tan pronto?
- Hemos venido a deciros, - contestaron los jóvenes, - que los hijos no deben poseer lo que han despreciado sus padres. Nosotros somos ricos incluso sin este oro. Nuestro amor es una joya más preciosa que todos los tesoros del mundo.
Y así depositaron el tesoro en medio de la chabola.
Entonces, de nuevo se desató la discusión sobre quién debía administrar el oro, y esta continuó hasta el momento en el que los cuatro decidieron llevar el oro a un conocido sabio que vivía muy lejos.

[Continuará]

Cuento popular kazajo. Traducción del ruso de Ana Marco Esteve, lectora de español en la Universidad de Almaty. Extraído de Б.М.Сидельникова, Казахские народные сказки // Қазақ Халық Ертегілері, Үш томдық, Жазушы Баспасы, Алматы 1971 (B. M. Sidelnikova, Cuentos nacionales kazajos, Tomo III, Ed.Ŷazuzi, Almaty, 1971).
Imágenes: Estepas kazajas, Monedas de oro, Fiesta del Nawriz en Kazajstán.

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