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jueves, 15 de julio de 2010

Yasmina Khadra y la Argelia del siglo XX


Yasmina Khadra es un prolífico escritor argelino. Su verdadero nombre es Mohamed Moulessehoul, comandante del ejército argelino. Cuando se publicó en Francia el año 2001 su obra autobiográfica, "El escritor", hizo pública su verdadera identidad. Entre su extensa producción literaria, escrita toda ella en francés y casi toda traducida al castellano, vamos a presentar brevemente tres de sus libros: su mencionada autobiografía El escritor [Alianza Editorial, Madrid, 2001], su primera novela, La trilogía de Árgel, compuesta por Morituri, Doble blanco y El otoño de las quimeras cuyo protagonista es el comisario Llob, y su última novela, Lo que el día debe a la noche [Destino, Barcelona, 2009].

A través de sus libros, Yasmina Khadra presenta lo que ha sido la azarosa historia del siglo XX de su país, Argelia. La época colonial francesa, la Segunda Guerra Mundial, la guerra de Independencia argelina, la violencia integrista y la corrupción de los años posteriores a la Independencia, etc. Todas estas etapas aparecen bajo el prisma de un analista de primera línea que presenta una imagen poco idealista de su país, una imagen descarnada y sin concesiones propia de un espíritu independiente y abierto.

Cuando al comisario Llob le ponen la casa patas arriba, en El otoño de las quimeras, sospecha que:

“Puede ser cualquiera: la mafia, los políticos, los integristas, los chupópteros de la revolución, los guardianes del templo, incluso los defensores de la identidad nacional para quienes la única manera de promocionar la lengua árabe es cargarse al francófono. Soy escritor, Lino, el enemigo común número uno.”, p. 74.

En El escritor, un oficial le dice al joven Moulessehoul:

-¿Quieres saber por qué estás arrestado? Es debido a tu talento. Somos alérgicos al talento en este país nuestro, en especial al de los escritores. Aquí nadie traga a los escritores. No hay más que ver cómo tratan a los Mammeri, Yacine y los demás. Hasta Moufdi Zakaria, el cantor de la revolución, autor de nuestro himno nacional, hasta a ése lo vilipendian, lo persiguen y lo fuerzan al exilio. Y eso no es cosa de ayer. Lo llevamos en la sangre. Estamos subdesarrollados de mollera, no sólo económicamente.”; pp. 211-212.[Ver también Morituri, p. 59]



En esta novela autobiográfica, Yasmina Khadrá habla de una niñez rota y desgarrada. Primero en la escuela de cadetes de El Mechuar, cerca de Tremecén, donde pasó su infancia en régimen cuartelario, lejos de relaciones afectivas, sintiéndose solo y abandonado por su familia.

“Éramos matrícula 19, matrícula 43, matrícula 72, matrícula 120, y nada más que eso. Habíamos dejado de existir por nosotros mismos… Nos habíamos convertido en cadetes, es decir, en hijos adoptivos del Ejército de la Revolución”, El escritor, p. 35.

“ninguna obra igualaba ante nosotros a Allons z´enfants. Todos los cadetes lo devoraron y lo convirtieron en libro de cabecera… Lo que contaba era nuestra historia. No nos costaba ningún trabajo identificarnos con tal o cual personaje; los deberes del héroe aquel los sufríamos nosotros todos los días, casi al pie de la letra…. Hoy, en plena guerra integrista, los viejos cadetes se acuerdan de ese libro, advierten la premonición que encierra su trágico fin, ya que a muchos de nosotros, huérfanos de la guerra de liberación, los matarán, asesinados unos en carreteras y calles, fulminados otros en medio del monte infestado de licántropos, con lo que, ironías del destino, dejaban sus propios huérfanos”, El escritor, p. 169.



Después en la escuela de Kolea, cerca de la ciudad de Blida que, aunque mejor que El Mechuar, “Kolea no dejaba de ser un internado, una especie de reserva donde se encerraba a los hijos desarraigados que no aspiraban más que a recuperar su libertad y la indolencia de su edad”, El escritor, p. 141.

En esta novela, como en Lo que el día debe a la noche, la figura del padre es clave, como representante de la autoridad y de una relación afectiva frustrada y, al mismo tiempo, modelo idealizado y presencia constante en la vida del niño/adolescente. Ambas novelas comienzan con el padre, con el que el protagonista mantiene una relación de amor-odio, de admiración-vergüenza.

En El escritor Moulessehoul revela su pasión por la lectura y la escritura, una pasión que le hacía olvidar su exilio, su realidad diaria en el ejército y que le daba a conocer lo que había más allá de los muros de la academia militar y a expresar su alma contenida. En cierto modo, el comisario Llob, protagonista de su Trilogía de Árgel es un trasunto de sí mismo, un espíritu independiente que se niega a someterse al juego sucio.

“Yo nací aquí –dice-, hace mucho tiempo. A aquellos tiempos los llamaban época colonial. Los campos de entonces eran tan inmensos que más allá de la montaña, me parecía, empezaba la nada. El trigo me llegaba a los hombros y sin embargo pasaba hambre todos los días y pasaba hambre todas las noches. Ya por entonces no comprendía, pero me daba igual: tenía la suerte de ser un niño. Cuando el vuelo de una libélula me daba alas y mis carcajadas se escurrían en el chapoteo de las fuentes, cuando corría como un loco entre los helechos, a pesar de que cada zancada no hacía sino desencaminar mis pasos, sabía que había nacido poeta como el pájaro nace músico, y a semejanza del pájaro, solo me faltaban las palabras para decirlo”, El otoño de las quimeras, p. 15.

Y el propio Llob toma el seudónimo de su creador en ese juego de espejos al que nos invita Yasmina Khadra/Mohamed Moulessehoul:

“ [Haj Garne] - me ha encantado enterarme de que te han largado, Llob. Ya casi empiezo a sentir algún respeto por la bofia.
- Si con eso te alegras.
-¡Y tanto! Gozo cada vez que pienso en ello. Llob en la calle, ¿acaso no es eso la felicidad?
… Se frota las manos. Sus ásperas palmas emiten un sonido repugnante.
- Así que ahora te llamas Yasmina Khadra. ¿En serio, has adoptado ese seudónimo para seducir al tribunal del premio Femina y para despistar a tus enemigos?
- Es para rendir homenaje al valor de la mujer. Porque si hay alguien que los tiene de bronce en nuestro país, es ella. , El Otoño de las quimeras, p. 41.



Como se ve en este diálogo, el estilo de La trilogía de Árgel es ácido y mordaz, con toques de humor y descripciones descarnadas. Sus páginas exhuman desánimo e insatisfacción.

- “Háblanos un poco del profe.
- No hay gran cosa que decir. Era un personaje extremadamente reservado. Sin amigos. Sus estudiantes lo llamaban “la solitaria”. Una existencia equilátera: del curro a la casa, pasando por el café.”, Doble blanco, p. 38.


En Lo que el día debe a la noche, el padre representa el eje de la antigua vida del protagonista, una vida dura, sin horizontes. Su tío, una persona culta y europeízada, será su guía en esa segunda fase de su trayectoria vital, en la que pasa de ser Yunes a Jonas, creciendo en un ambiente afrancesado y rodeado de amigos franceses. Frente a la historia amorosa que, para mi gusto, es la parte más floja de la novela, lo más interesante de Lo que el día debe a la noche es que el protagonista pertenece a dos mundos, es un personaje fronterizo. Por eso es capaz de reflejar un proceso complejo, traumático para unos y para otros, como fue el de la independencia argelina de Francia.

“Así es como viven los nuestros, Jonas. Los nuestros también son los tuyos… Mira bien este inmundo agujero. Éste es nuestro lugar en este país, el país de nuestros antepasados. Mira bien, Jonas. Ni Dios se ha perdido jamás por aquí.” [Habla Jelloul, p. 175]


Argel, julio de 1957. El ejército francés cierra parte de la Casbah.

Pongamos otro ejemplo, el diálogo entre el protagonista y Dédé (Andrés) Sosa, hijo de Jaime Jiménez Sosa, propietario de una de las granjas más grandes de Argelia y, como los nombres indican, de origen español:

- Es increíble lo que nos está ocurriendo –suspiró, acodándose de nuevo en el balcón-. ¿Quién iba a imaginarse que nuestro país iba a caer tan bajo?
-Era previsible, Dédé. Había un pueblo arrastrado por el suelo, al que se estaba pisando como si fuera césped. Un día u otro tenía que menearse. Ya sí es como se pierde el equilibrio.
-¿Piensas realmente lo que dices?
Esta vez me puse yo frente a él.
-¿Hasta cuándo nos vamos a seguir engañando, Dédé?
Se llevó el puño a la boca y sopló dentro, meditando mis palabras.
-Es verdad que había cosas que no iban bien, pero de ahí a desencadenar una guerra tan violenta, no estoy de acuerdo. Se habla de cientos de miles de muertos, Jonas. ¿No te parece que es demasiada gente?
-¿Y eso me lo preguntas tú a mí?
-Me siento totalmente perdido. No me lo puedo creer…., [p. 328].



Elementos del Ejército de Liberación Nacional Argelino en un desfile en 1960

El protagonista es testigo de una nueva era en la historia de su país, un momento de euforia, el de la independencia, que conllevaba un periodo complejo de definición identitaria:

“Algunos escasos europeos caminaban rozando las paredes, incapaces de abandonar sus tierras, sus cementerios, sus casas, el café donde hacían y deshacían sus amistades, sus alianzas, sus proyectos; en fin, esa patria chica en que se sustenta lo esencial de su razón de ser.” [p. 337].

“Caminé por las calles alborozadas, entre cantos y yuyus de alegría, bajo las banderas verdiblancas, en medio del estrépito festero de los trolebuses. Al día siguiente, 5 de julio, Argelia tendría una tarjeta de identidad, un emblema y un himno nacionales, y miles de referencias por reinventar.” [p. 340]



En la IV parte titulada “Aix-en-Provence (hoy)” recoge el autor en primera persona los sentimientos de ruptura, de desarraigo de los colonos expulsados. A pesar de compartir los motivos de la independencia y libertad de su país, da la palabra a los otros, a sus amigos. Matiza, distingue, porque no los mete a todos en un mismo saco, como dice uno de los personajes:

“Si al menos nos hubiésemos ido por las buenas –se queja Gustave, al borde del coma etílico-. Pero nos obligaron a dejarlo todo y a irnos con lo puesto y con las maletas llenas de fantasmas y de penas. Nos lo quitaron todo, incluso el alma. No nos dejaron nada, nada de nada, ni siquiera los ojos para llorar. No es justo, Jonás. No todo el mundo era colono, no todo el mundo manejaba la fusta del amo;… Teníamos nuestros pobres y nuestros barrios pobres, nuestra gentuza y nuestra gente de buena voluntad, nuestros pequeños artesanos, más pequeños que los vuestros, y a menudo rezábamos las mismas oraciones. ¿Por qué tuvieron que meternos a todos en el mismo saco?¿Por qué nos hicieron pagar por un puñado de feudales?¿Por qué nos hicieron creer que éramos extranjeros en la tierra que vio nacer a nuestro padres, a nuestros abuelos y a nuestros tatarabuelos, que éramos los usurpadores de un país que habíamos construido con nuestras manos y regado con nuestro sudor y nuestra sangre?... Mientras no tengamos la respuesta, la herida no cicatrizará.”, p. 368.


Morituri (Morituri, 1997)
Doble Blanco (Double Blanc, 1998)
El otoño de las quimeras (L'automne des chimères, 1998)

Publicados como Trilogía de Argel

Véase también: www.yasmina-Khadra.com y
http://gangsterera.free Sección "entrevistas" [Entrevista a Yasmina Khadra]

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